INOCENCIAS…
“El arte es la expresión del
alma que desea ser escuchada” , dice una vieja frase que evidencia la necesidad
del artista de desgarrar las caretas sociales y presentar ante nuestros ojos la
estela invisible de realidades que no nos es posible ver, o que nos resulta incómodo
encarar. Aquí es donde reside la diferencia entre el arte y el objeto/ imagen,
o entre el artista y el creador virtuoso.
Es en este punto donde la obra se reconoce como obra, porque posee una
doble función: La función mostrativa, y la función modeladora del alma; es
decir, logra mostrar aspectos de su
tiempo y a través de ello, incide e interviene en el vasto mapa de nuestras
vidas.
Un verdadero artista determina acciones y sentimientos que, además de
su valor universal, se desplazan desde un estadio íntimo. En ese sentido, Luis Romero
afirmaba que “la acción de expresar deseos, emociones y sentimientos como
dolor, angustia, rabia y pudor, serían ámbitos de la intimidad como categoría estética”,
que llevan al espectador Voyeur a
convertirse en “vidente” (Octavio Paz). Es decir, alguien que, viendo lo
visible, logra inferir con su imaginación lo invisible, ese estado subjetivo
que se designa como lo íntimo, y que lo traslada a una experiencia universal.
En este sentido Paula Úsuga nos presenta a través de sus propuestas,
una serie de signos que transfiguran los supuestos sociales en torno a la
violencia y el desarraigo del cuerpo del otro, cumpliendo así con la función
real del artista, quien para Deleuze, es aquel
que ha encontrado en su experiencia personal cosas intolerables e injustas, y
regresa del abismo “con los ojos rojos” para trasladarlas a la materia. Inocencias de Paula Úsuga, es justamente eso: una muestra de lo que sucede cuando el artista
desciende realmente al ese abismo y retorna de él “con los ojos rojos”.
Úrsula Ochoa.