Soporte(s) de resistencia
ser/res, acción, registro fotografico Elisa Echavarría, 2012. |
Intro/definición
del proyecto
Las obras de la exposición confluyen en el tema del
cuerpo frente a las demandas, usos y
presiones que el cuerpo social y político, le imponen. Soporte de tensiones en
los límites que ponen en juego su resistencia. No importa si las tres artistas proceden
y trabajan en diferentes lugares del mundo, Medellín, Guayaquil o Londres, idénticas
transgresiones convergen en él: las debidas al género, a la apariencia, a la desafección, a la salud, a la supervivencia,
a la destrucción de su memoria…
Texto
Comisaria. Maria Antonia de Castro.
Soporte(s) de resistencia articula el tema del cuerpo como
soporte sobre el que confluyen exigencias y demandas culturales, sociales y
políticas que ponen a prueba su facultad de resistencia y visibiliza el cruce
de conflictos no resueltos que le obligan a desafiar los límites de su
naturaleza.
A partir de estos datos comunes, el punto de vista y el protagonismo
que el cuerpo adquiere en las creaciones de las tres artistas son diferentes y complementarios.
En la obra de Libia Posada (Medellín 1959) el cuerpo es punto de partida para
analizar, definir, relatar y delatar los fenómenos y circunstancias sociales hostiles
que concurren sobre él. Para Paula Úsuga (Medellín 1975) el propio cuerpo y su
identidad, como categorías en continuo cuestionamiento, asumen el centro de su
atención en base a las propias vivencias personales. Dentro de su habitual
trabajo sobre la antinaturaleza, Mª José Argenzio (Guayaquil 1977) muestra aquí
una de las crueles transgresiones a las que se somete el cuerpo femenino como
soporte de un ideal cultural que aspira a su desmaterialización y sublimación.
Objeto receptivo y sujeto activo, el cuerpo sigue siendo
aquel campo de batalla en el que convergen varias direcciones del conflicto entre
la capacidad de soportar y la facultad de resistir, la fragilidad individual y la
violencia pública, cultural y política, la libertad de elegir y la necesidad de
sobrevivir, la belleza del artificio y el dolor, el desprecio a la identidad y
la necesaria preservación de la memoria…
El punto de vista que Libia Posada tiene sobre el cuerpo
parte de sus conocimientos como médica y de su vivencia como curadora de enfermedades,
heridas y daños. Una experiencia que se desarrolla entre la despersonalización
que como científica ha de aplicar en su ejercicio profesional y la intensidad
emocional del contacto con la fragilidad humana en situaciones límite. “La
enfermedad y la muerte constituyen un borde una frontera o un espacio límite
donde lo humano se pone en juego, donde el cuerpo es más cuerpo, lo humano más
humano, y lo animal e instintivo es más animal. Allí todas nuestras
definiciones sobre la humanidad y otros asuntos quedan en entredicho.”
Aprovechando su conocimiento de las anomalías que presenta
el cuerpo, Libia Posada pone en evidencia los problemas sociales y políticos
que confluyen sobre él. El tratamiento que hace de ello es el de una científica
que evalúa y emite un diagnóstico de las causas, a partir de un análisis los
efectos. En “Signos cardinales” (2008) Posada dibuja sobre piernas de mujeres y
hombres el mapa de los desplazamientos que han realizado a lo largo de su vida.
La demarcación del recorrido hace visible la topografía del dolor que acompaña
a cada individuo obligado a abandonar el territorio referencial a causa de conflictos
políticos y económicos que le son ajenos. La concreción gráfica de los lugares de
donde viene y por dónde pasa, cumple también la importante misión de mantener vivo
el recuerdo. El trazado topográfico actúa pues como agente activador de la
memoria, elemento referencial imprescindible de la identidad, amenazada por la
ausencia de pasado y el anonimato en el nuevo territorio extraño.
En la creación de Paula Úsuga su propio cuerpo es el
material de trabajo. Artista que cuenta con obras de gran plasticidad en su fecunda
trayectoria, lo táctil es una clave de su proceso creativo. De aquí que el
cuerpo como carne, además de cómo soporte de una identidad mediatizada por el contacto
con los demás, sea el soporte de su actividad performativa. Un componente
ritual aparece en la mayoría de sus obras, como medio para identificar y
solemnizar un hecho cuya “re-presentación” fuera de contexto ejerce un efecto catártico
y curativo sobre el miedo y el trauma.
En la obra que se presenta aquí, ser/res, su cuerpo es puesto a prueba a través de un ritual
doloroso que convoca una pluralidad de lecturas. De todas ellas menciono aquí el
sentido que las marcas sobre el cuerpo tenían y siguen teniendo en ciertos pueblos
que mantienen la memoria de lo que el ser humano es entre el resto de las
especies animales. En tales culturas indígenas, las marcas son signos que
identifican al ser humano como especie distinta en tanto creadora de cultura, inventora
de artificios, facultada para transformar la materia y para ofrecerse voluntariamente
al dolor como señal de fuerza psíquica, valor físico y libertad de elección. De
manera que una persona no marcada por signos que le signifiquen es poco más que
un animal.
Paula Úsuga, actualizando ahora y aquí el ritual del marcado
vuelve del revés el sentido y el significado que tal gesto tiene en otros
contextos. Al trasladar de tiempo y lugar un determinado acto, que en nuestro
marco cultural se reserva sólo a los animales, replantea un cúmulo de asuntos
sobre la identidad de lo humano. La palabra ser/res
que se hace grabar sobre la piel incide en su cuestionamiento del “cuerpo que
soporta las problemáticas asociadas” al hecho de ser mujer y a su consideración
cultural. (La palabra res, aparte de su
referencia al animal cuadrúpedo, en la lengua latina tenía significados
ambivalentes: si el contexto era afirmativo, significaba algo, pero cuando
era negativo significaba nada, ese mismo uso aparece en la lengua catalana
actualmente hablada en el levante español.)
El trabajo de María José Argenzio gira en torno a la transgresión de la
naturaleza de las cosas, para lo que activa un variado juego de suplantaciones,
consistente, a veces, en revestir la apariencia natural con envolturas
artificiosas. Otras, mediante el desplazamiento de elementos que, descontextualizados
de su medio y manipulados, re-presenta desposeídos de sus atributos naturales y
revestidos de nuevas apariencias, usos y significados. En esta obra, fija la
atención sobre las piernas de una bailarina de ballet clásico que realiza sus
ejercicios de puntas llevando adheridas a sus zapatillas 7.1 kilos de pesas metálicas. En nuestra cultura occidental el
ballet clásico es considerado como un adiestramiento virtuoso del cuerpo que
sublima la imagen física de hombres y, particularmente, mujeres al elevarla
sobre la superficie del suelo y obligarla a realizar acrobacias que desafían la
gravedad natural de su cuerpo. El vídeo de María José Argenzio incide sobre el
género de violencia que el cuerpo soporta y su capacidad de resistencia al
dolor. Potenciando el estruendo de sonido que las pesas emiten al golpearse contra
el suelo, la artista plantea la contradicción entre la naturalidad con la que
nuestra civilizada cultura celebra lo etéreo como una de las culminaciones más
elevadas del ser femenino y la cruel transgresión de las condiciones naturales
del cuerpo que eso significa.
Como soporte de lo político y de los usos culturales, diversos
grados de violencia aparecen en la revisión crítica del cuerpo realizada por
estas tres artistas, como agresiva es también la exigencia en los límites a la
que se ve expuesto.