miércoles, 21 de septiembre de 2011


INOCENCIAS…

El arte es la expresión del alma que desea ser escuchada” , dice una vieja frase que evidencia la necesidad del artista de desgarrar las caretas sociales y presentar ante nuestros ojos la estela invisible de realidades que no nos es posible ver, o que nos resulta incómodo encarar. Aquí es donde reside la diferencia entre el arte y el objeto/ imagen, o entre  el artista y el creador virtuoso. Es en este punto donde la obra se reconoce como obra, porque  posee  una doble función: La función mostrativa, y la función modeladora del alma; es decir,  logra mostrar aspectos de su tiempo y a través de ello, incide e interviene en el vasto mapa de nuestras vidas.

Un verdadero artista determina acciones y sentimientos que, además de su valor universal, se desplazan desde un estadio íntimo. En ese sentido, Luis Romero afirmaba que “la acción de expresar deseos, emociones y sentimientos como dolor, angustia, rabia y pudor, serían  ámbitos de la intimidad como categoría estética”, que llevan al espectador Voyeur a convertirse en “vidente” (Octavio Paz). Es decir, alguien que, viendo lo visible, logra inferir con su imaginación lo invisible, ese estado subjetivo que se designa como lo íntimo, y que lo traslada a una experiencia universal.
En este sentido Paula Úsuga nos presenta a través de sus propuestas, una serie de signos que transfiguran los supuestos sociales en torno a la violencia y el desarraigo del cuerpo del otro, cumpliendo así con la función real del artista, quien para Deleuze, es aquel que ha encontrado en su experiencia personal cosas intolerables e injustas, y regresa del abismo “con los ojos rojos” para trasladarlas a la materia. Inocencias  de Paula Úsuga, es justamente eso: una  muestra de lo que sucede cuando el artista desciende realmente al ese abismo y retorna de él “con los ojos rojos”.

Úrsula Ochoa.